Esto nos lleva a insistir en un tema que hemos tocado en otras oportunidades: el de un crecido número de funcionarios que traban la acción gubernativa con su desidia y su costumbrismo burocrático. Son los que creen que con poner una providencia que pase a otra oficina han cumplido con sus deberes administrativos. Y que con repetir vacíamente alguna consigna partidaria han satisfecho sus deberes políticos.

Este tipo de funcionarios tiene un rasgo característico: les molesta mucho cualquier crítica que se les formule. Cuando se señala su ineficiencia o sus errores, procuran dar la sensación de que en su persona se está llevando a cabo un ataque contra el movimiento revolucionario. Del cual son, en realidad, enemigos naturales, siniestros saboteadores. Mejor fuera que, en lugar de tan desarrollada susceptibilidad, exhibieran el afán de rectificarse y responder a lo que de ellos se espera. Que, al fin de cuentas, no es mucho.

Porque no todos pueden ser genios, ni estar dotados de una gran capacidad creadora. Basta que sirvan con el indispensable mínimo de buena voluntad; que traten de buscar soluciones a los problemas que tienen a su cargo, en lugar de dluirlos en una catarata de papel de expedientes; que sepan –aunque no han leído a Ortega y Gasset– que hacer es la rebelión contra la nada, el antinihilismo.

El señalar fallas imputables a la falta de decisión e impulso de algunos funcionarios nos ha traído la consecuencia de algunas reacciones que, por supuesto, no nos dan ni frío ni calor. Como tampoco nos afectan los ataques que recibimos cuando elogiamos la obra del gobierno. Encontrar todo bien es una fácil postura; suelen adoptarla los que carecen de convicción revolucionaria y creen que sólo conciben la existencia de "contreras" o de adulones. Sin comprender que los segundos son más nocivos que los primeros.

Lejos de toda falsa posición, hemos hablado siempre claramente. No deseamos –ni concebimos que ningún buen argentino, cualquiera sea su posición política, pueda desearlo– que el gobierno fracase en ningún aspecto. Por eso nos duele que junto a tantos hombres que trabajan con empeñoso patriotismo, medren algunas ratas expedienteras que es necesario exterminar.

–– John William Cooke. "El sabotaje del papeleo", De Frente, 45 (17 de Enero de 1955), pág. 3.